Un viento gélido traía soplos del solsticio de invierno que estaba muy próximo, y de qué manera, cuando llegamos a Maderuelo. En la posaba esperaban Virginia y su esposo Christophe y a la hora prevista nos recibieron con la cordialidad e incluso la cercanía que ya, en visitas anteriores, habíamos trabado. Transcurridos unos minutos, dejamos nuestros escasos pertrechos en nuestros aposentos: las suites Medieval y Árabe, y las habitaciones Tierra de Lobos, La Borgia y la Flor de Lys.
Sin prisa pero sin pausa dirigimos nuestros pasos a la ermita de la Veracruz, situada en la orilla del río Riaza y el pantano de Linares. Este pequeño y austero templo data del siglo XII (1125) y se encuentra edificado sobre una ermita visigoda. Durante 800 años guardó uno de los tesoros artísticos más valioso del arte románico en España, un conjunto de frescos cuya originalidad y significado sorprendió al mundo entero. La extraordinaria riqueza de la decoración pictórica contrasta con la pobreza de sus muros, levantados en mampostería irregular tendente a la formación de hiladas. Presenta una única nave cubierta con una techumbre de madera, y ábside recto con cubierta de medio cañón. Su decoración exterior cuenta con un conjunto de canecillos que soportan parte del alero sin figuración alguna.
Desde el año 1947 se encuentran en el Museo del Prado de Madrid, en donde se ha reproducido una capilla en su integridad. Dice la leyenda que esta ermita fue uno de los trece templos hispanos donde se custodiaron fragmentos de la Cruz de Cristo, cuyo culto a la Cruz fue continuado por una cofradía hasta finales del siglo XIX (http://www.maderuelo.com).
Mientras algunos recogían los vehículos para dirigirnos al pueblo de Castillejo de Robledo, otros optamos por caminar una parte del camino (poco más de dos kilómetros) a orillas de la carretera comarcal y en paralelo al pantano de Linares, disfrutando del sobre vuelo a escasos metros del suelo de una numerosa colonia de buitres leonados que se encuentran en la cercanos peñascos de Peñalba, camino de Ayllón.
Castillejo de Robledo es otra villa que rezuma historia por todos los rincones y poros de sus piedras. Acudimos a las bodegas que llevan su mismo nombre (www.bodegascastillejoderobledo.com) para constatar algo que algunos ya sabíamos: es posible elaborar buenos vinos en altitudes cercanas a 1000 metros, en un clima muy frío y con veranos cálidos, en los que se da una gran diferencia térmica entre el día y la noche. Ello permite una maduración más lenta de la uva y nos da unos índices de acidez muy buenos, siendo lo más negativo las heladas que en ocasiones, en primavera, son las causantes directas del descenso en la producción.
Son estos suelos poco fértiles, y con altos contenidos de piedra caliza, constituyendo el mayor volumen de sedimentos las capas arenosas y arcillosas donde se asienta la variedad tinta del país (tempranillo). Desde aquí nuestra gratitud, afectuoso saludo y reconocimiento a Trinidad y Jerónimo, Jerónimo y Trinidad, quiénes nos dedicaron su tiempo y nos atendieron maravillosamente. Escuchábamos las explicaciones y respuestas de Jerónimo a las preguntas formuladas por la concurrencia, respondiendo éste con su saber, gusto y paciencia, virtudes que se notan en la elaboración de su gama de vinos Silentium (Rosado, Tinto joven, Envejecido en roble, Crianza, Reserva y Expresión), de cuya degustación dimos buena cuenta antes y durante la comida.
En líneas generales, se trata de vinos elaborados a partir de la variedad de uva tinta del país -tempranillo-, que suelen presentar un color rojo picota, limpios, vivos y brillantes, caracterizados por sus aromas a frutos rojos y especiados por la crianza en barrica, con taninos sólidos y buena estructura, permitiendo que los vinos se redondeen y adquieran mayor elegancia como ocurre, de manera palmaria, con los crianzas y reservas.
Tomamos algunas fotografías en las que pedimos a Trinidad que posase con nosotros y nos despedimos hasta la próxima, porque estoy seguro habrá una próxima vez. A las 14.00 horas entramos en casa de Javier, en Venta de Corpes, verdadero Templo del Cocido del que, sin ningún asomo de duda, damos fe de lo apropiado de su sobrenombre. El cocido resulta verdaderamente soberbio sin necesidad de galas, aderezos u ornamentos de otra clase. Aquí en Venta de Corpes ha logrado Javier unir a sus ya afamados figones, su fantástica cocina, su buen hacer y el de los suyos con las viandas y el trato al cliente, así como el buen servicio y su calidad personal. ¡Ah! Y todo ello a un precio correcto y adecuado. ¿Qué más se puede pedir?
Pero volvamos a las calles empedradas de Castillejo de Robledo, en tierras del Cid, por las que nos dejamos llevar con sus sorprendentes tesoros como el promontorio rocoso sobre el que se levanta el derruido castillo templario, los magníficos cortados de roca caliza que bordean el entorno, la iglesia románica de la Asunción (Monumento Histórico-Artístico) con su bello y perfecto ábside semicircular, decorada con finas columnas. En la fachada exterior, pudimos contemplar sus canecillos que forman diversas figuras de hombres y animales.
En su interior, poblado de frescos geométricos, dragones y dibujos florales, hay restos de una pintura que deja entrever los restos de un guerrero que podría ser Rodrigo Díaz de Vivar, una preciosa talla de madera de la Virgen de la Asunción (siglo XIII) y el Retablo (siglo XVI), en una sola tabla, único en España. En la población continúa viva la famosa Afrenta de Corpes, pues en sus inmediaciones se encuentra el robledal donde las hijas del Cid fueron apaleadas por sus maridos.
Regresamos a Maderuelo, lugar de reposo y pernocta, y allí, bajo la magnífica bóveda celeste de los cielos castellanos, paseamos por las calles de la villa, otrora perfectamente fortificada en su perímetro, edificada sobre un alargado montículo rocoso que domina los meandros del río Riaza. Preserva muy bien su pasado medieval, las casas de época románica y gótica, y sus iglesias (de San Miguel y de Santa María), así como la llamada Puerta de la Villa, acceso de entrada principal a la población.
Las dos fachadas exteriores de la Posada del Castillo resultan perfectamente armonizadas en el entorno. La edificación se encuentra a distinto nivel sobre sus fachadas, realzándose de manera sobresaliente la que da a levante con una vista espectacular sobre el pantano de Linares y el río Riaza, rematada por sus balconadas voladas y el vano de una de las ventanas que representa un arco doble de medio punto sostenido por columna.
Las instalaciones, decoración y detalles de las habitaciones, y del conjunto de la posada, son notables, de alta calidad y refinado gusto. El interior de la posada está profusa y ricamente decorado en las habitaciones y en toda la casa con aperos de labranza, armas y utensilios medievales, etcétera. Todo parece estar perfectamente puesto en su sitio. Nada desentona y todo parece milimétricamente dispuesto en cada lugar. Nada sobra y nada falta. Es, definitivamente, la belleza de lo adecuado lo que han conseguido Virginia y Cristophe. A ello se une el cuidado y trato exquisito y, desde luego, el encanto personal de este matrimonio que el viajero no olvidará.
Siendo Castillejo de Robledo uno de los lugares más veces citados en el Cantar del Mío Cid, es en este pueblo, escondido entre cerros y peñascos, dónde no pudieron encontrar sitio mejor los Condes de Carrión para vengar en sus esposas lo que no pudieron hacer con su suegro, Díaz de Vivar. Y dice así:
En el Robledo de Corpes, entraron los de Carrión,
Los robles tocan las nubes, ¡tan altas las ramas son!
Las bestias fieras andan alrededor.
Hallan una fuente en un vergel en flor;
Mandaron plantar la tienda los Infantes de Carrión,
Allí pasaron la noche con cuantos con ellos son;
Con sus mujeres en brazos les demostraron su amor;
¡Mal amor les mostraron en cuanto salió el sol!
(Versos de El Cantar del Mío Cid)