Mitos en el mundo del vino: Jerez
Segunda Parte

El descubrimiento de América supuso un incremento espectacular en las exportaciones y un negocio floreciente para cosecheros, productores y elaboradores. Ya no sólo eran los países europeos, ahora también con la apertura de nuevos mercados en la época de los grandes viajes y los descubrimientos geográficos, se iniciaba una singladura sin fin para los “vinos viajeros de Jerez”. El vino contaba con el privilegio de la reserva de un tercio de la carga de los buques que comerciaban con América, lo que fue aprovechado por los cosecheros del Marco de Jerez; sobre todo a partir de 1680, cuando la cabecera de la flota pasó a Cádiz y desapareció el monopolio del Puerto de Sevilla sobre el comercio con las Indias.
La venta de vino de Jerez en las Indias se veía frecuentemente entorpecida por la acción de piratas que se hacían con los cargamentos de la flota y los vendían en Londres. El botín más importante lo consiguió Sir Martin Frobisher, de la flota de Sir Francis Drake, que en 1587 atacó Cádiz, saqueó Jerez y se llevó consigo 3.000 botas de vino. La llegada de ese botín a Londres puso de moda el jerez en la Corte Inglesa.
El vino de Jerez se hace muy popular entre los londinenses y, en general, en el mundo británico. Hasta el propio escritor y dramaturgo William Shakespeare daba cuenta diariamente de una buena cantidad de botellas de vino de Jerez en la Bear Head Tavern y los vinos de Jerez fueron repetidamente aludidos y citados por su señorío, finura y elegancia en numerosas obras del escritor.
Con objeto de asegurarse el abastecimiento de los vinos de Jerez, ante los continuos ataques y asaltos a los buques, y a la vista del crecimiento continuo de la demanda, durante los siglos XVII y XVIII, numerosas familias inglesas, escocesas e irlandesas, como Gordon, Fitz-Gerald, Garvey, Williams, Mackenzie, Humbert, Sandeman, etcétera, se establecieron en el denominado “Marco de Jerez” (Jerez, Puerto de Santa María y Sanlúcar de Barrameda), consiguiendo que la demanda de vinos de Jerez llegase a multiplicarse por cuatro entre los años 1825 y 1840 debido, entre otros factores, a que los derechos arancelarios sobre los generosos disminuyeron en más de dos duros por bota (recipiente de madera utilizado para contener el vino de Jerez y para la crianza del mismo).
A finales del siglo XIX, un insecto (la filoxera) que viajó desde América destrozó, como lo había hecho con casi todo el viñedo europeo, el viñedo jerezano. La solución vino con el arranque de la totalidad de las cepas y la utilización de variedades de cepas americanas, resistentes al insecto, sobre la que se injertan las viníferas locales, tal y como se hizo en casi todas las zonas y comarcas vinícolas europeas.
La recuperación del vino de Jerez fue bastante rápida y, gracias al desarrollo de las comunicaciones y el transporte, desde comienzos del siglo XX la expansión de los vinos de Jerez por todo el mundo es una realidad, especialmente también debido a los británicos que extendieron a sus múltiples colonias por los cinco continentes el gusto por el “sherry”.
Al publicarse en 1933 la primera Ley Española del Vino, ya se recogió la existencia de la DO Jerez. Finalmente, en 1935 se publicó el primer Reglamento de la Denominación de Origen Jerez y de su Consejo Regulador, el primero en constituirse legalmente en nuestro país.