noviembre 2021
El vino y su pintura en grandes pinacotecas del mundo - Primera parte
15 Noviembre 2021
La raíz y el origen de la palabra vino es uno de esos grandes secretos etimológicos que resulta muy complicado descifrar. En síntesis, su raíz latina procede de “vinum” que, a su vez, deriva del griego “oinos” o “woinos” y de la raíz hebrea “yayin”. En cuanto a su raíz de origen latino, muy probablemente fuera el precursor de su posterior adopción y adaptación al celta o al irlandés antiguo denominado “fin”. También al alemán “wein”, así como al inglés “wine”.
Y para hablar del vino y del origen del término, es necesario remontarse al origen de la vid y al nacimiento de la viticultura unos ocho milenios atrás. No es menos cierto que se habla de algunas nomenclaturas en distintas lenguas que, al tiempo, procedían de diferentes culturas, como la familia de las lenguas semitas entre las que se encuentran el árabe, el asirio, el fenicio o el hebreo.
Aun cuando no ha podido demostrarse la existencia del cultivo de la vid en Egipto y Mesopotamia antes del cuarto milenio a.C., hay indicios muy fiables de que 6.000 años antes de nuestra era ya existía una viticultura muy básica y rudimentaria en Oriente Medio. En efecto, las primeras herramientas conocidas que habrían servido para elaborar vino se han hallado al Norte del Cáucaso (actuales estados de Georgia y Armenia) y están datados arqueológicamente en el sexto milenio a.C.
Pues bien, desde entonces el desarrollo de la viticultura es inseparable de la civilización, singularmente de la civilización europea y de los países mediterráneos, al igual que lo fue el olivo.
A lo largo de esos ocho milenios transcurridos, diversos artistas han ido representando el vino en diversos momentos y circunstancias a través de grabados mesopotámicos, jeroglíficos egipcios, mosaicos romanos, mosaicos romanos, esculturas de la Grecia clásica, etcétera, siendo un motivo recurrente en la obra de grandes genios y maestros de la pintura.
Se encuentra el vino estrechamente vinculado desde hace milenios a diferentes rituales, símbolos, actividades religiosas y a la vida cotidiana como un alimento, pero también, y al mismo tiempo, como un producto hedonista que fomenta y propicia la sociabilidad.
De hecho, lo que para algunos fue un privilegio de los más poderosos, para otros, en una muestra de clara dicotomía, fue motivo de aliento y ánimo para personas desafortunadas y desdichadas. Además, como fuente de salud y estímulo de los sentidos -el vino prepara los corazones y los hace estar listos para la pasión decía Ovidio-, el vino ha significado desde tiempo inmemorial y, sin duda, lo continúa siendo, una fuente de inspiración artística. Y, por ello, sin el concurso y la compañía del vino, resulta incompleta y difícil comprender la historia cultural de la humanidad.
El conocimiento y disfrute de la considerada la más civilizada de las bebidas de la humanidad, fomenta nuevas y variadas experiencias en relación con las gentes y actores del vino, sus paisajes, sus momentos y sus tiempos, y así como sucede con sus manifestaciones artísticas, todo lo ello nos invita a disfrutar de la vida con deleite.
Una parte, quizá pequeña pero muy representativa globalmente del vino, podría condensarse y visualizarse en dos de las más importantes pinacotecas del mundo: El Museo Nacional del Prado y La Colección Nacional Thyssen Bornemisza.
Desde este punto, y merced a las glosas y notas de las citadas pinacotecas, se inicia un recorrido, con un breve comentario, por el itinerario en el que el vino es el actor clave y principal de algunas obras pictóricas de los últimos 400 años, que nos llevará desde 1.490, con el Jardín de las Delicias de El Bosco (Jheronimus van Aken), hasta Juan Gris en 1.919, con su Bodegón de botella y florero.
El Jardín de las Delicias (El Bosco - 1.490, Museo Nacional del Prado)
El Bosco pinto este icónico y genial tríptico entre 1.490 y 1.500, representando la lujuria humana en tres actos, el Paraíso con la expulsión de Adán y Eva, con extrañas criaturas, plantas gigantes, escenas eróticas y toda una simbología surrealista. Aunque en este cuadro el vino no aparece representado, sí lo hace la uva, pudiendo contemplarse grupos de personas y animales en actitudes desenfrenadas compartiendo racimos de uvas.
La bacanal de los andrios (Tiziano Vecelli - 1.523, Museo Nacional del Prado)
Según la mitología greco-romana el dios Baco llegó a la isla de Andros, donde convirtió el agua de un arroyo en vino para el disfrute de sus habitantes. Tiziano presenta la bacanal posterior, un festín donde los andrios se entregan al placer de la danza, la bebida y la comida. Los personajes –incluso un niño– beben, bailan extasiados o dormitan bajo los efectos del vino. En el centro, bajo una de las muchachas tumbadas en la hierba, hay una partitura con una escritura: “Quién bebe y no vuelve a beber, no sabe lo que es beber”.
El vino de la fiesta de San Martín (Pieter Brueghel “El Viejo” - 1.566, Museo Nacional del Prado)
Fin de vendimia, primer vino de la estación y pérdida de control ante el abuso del alcohol. Son los ingredientes de esta gran fiesta popular campestre durante el día de San Martín, marcando el fin de la vendimia y el inicio del reparto del vino entre las gentes del pueblo. Presidiendo la escena, un tumulto de campesinos apenas dejar ver el imponente barril rojo que guarda el primer vino del otoño. Algunos beben con alegría, otros pelean en los márgenes del cuadro o yacen borrachos. Esta magnífica pintura flamenca se caracteriza por su papel moralizante mostrando los defectos del ser humano.
El gusto, el oído y el tacto (Jan Brughel “El Viejo” - 1.620, Museo Nacional del Prado)
Es sabido que una buena comida siempre debe ir acompañada de un buen vino y en esta alegoría a los sentidos, Brueghel lo plasma a la perfección. En una gran cámara repleta de cuadros, platos exquisitos e instrumentos musicales, vemos a tres muchachas -alegorías de los sentidos: el Tacto, el Oído y el Gusto- sentadas alrededor de una mesa llena de manjares. A la derecha, una mesa colmada de jarras, fuentes, copas y vasijas cierra la escena, mientras un grupo de jóvenes criados sirven vino en un gran cáliz para acercárselo a la mujer que come (el Gusto).
El violinista alegre (Gerrit Van Honthorst - 1.624, Colección Nacional Thyssen Bornemisza)
Aquí se establece un cierto paralelismo entre la música y el vino del protagonista en la que se proporciona felicidad al espíritu mutuamente. Conviene traer a colación aquí la existencia en los países mediterráneos de una amplísima tradición popular de canciones relacionadas con la vendimia, que mezclan el vino con el amor y con el placer en la línea de las bacanales, unas veces más “picantes” y otras más inocentes. Hay asimismo una tradición musical culta que, inspirándose directamente en los motivos clásicos y uniendo el vino con el amor pudiera desembocar en la inspiración.
Madrid, 15 de noviembre de 2021
J. Alfredo Gómez Pascual