Ardía en deseos de comprobar el buen hacer en la elaboración de los vinos de Jiménez Landi, y zas allí nos presentamos, previa cita, en Méntrida, provincia de Toledo, en el marco de una Denominación de Origen (D.O.) desconocida, incluso actualmente, para el público en general. Y bien digo, incluso hoy es desconocida la D.O., pese a que el Olimpo de los dioses del vino encarnado por su máximo exponente, el norteamericano Robert Parker, el crítico vinícola más influyente del planeta, haya otorgado 96 puntos al vino “Cantos del Diablo” y 97 al vino “El Reventón”.
Poco después de las 10.00 horas golpeábamos al portón del caserón de Bodegas Jiménez Landi ubicada en el municipio de Méntrida, y Jose nos atendía afablemente dispuesto a hablarnos del proyecto, que digo, de la nueva realidad de Jiménez Landi apostando en la denominada Sierra de San Vicente, a una altitud entre 750 y 800 metros de altitud, por una variedad ciertamente olvidada en una zona donde los viejos viñedos de garnacha (unas 8 hectáreas), con más de 50 años, han permanecido sin que nadie les diera el valor y la importancia que merecían.
A pié de viñedo visitamos algunas pequeñas parcelas de garnacha vieja en vaso y como otras parcelas se encuentran alfombradas de margaritas entre hileras de cepas. De hecho, además de las 7 parcelas en la denominada Sierra de San Vicente, tienen dos parcelas más en el término municipal, totalizando 27 hectáreas. Aquí conviven el cultivo tradicional en vaso, quizá por razones no sólo ecológicas y usando prácticas biodinámicas, sino de tipicidad en la forma de elaboración de los vinos, y otra, en espaldera que, indudablemente, facilita y persigue una mayor mecanización y más energía solar. Además de la garnacha, cuentan con otras variedades de reciente implantación (merlot, syrah, cabernet sauvignon, etcétera).
Hacen unas vinificaciones integradas en su entorno (el terruño, su microclima, la altitud y la vegetación) que permiten apreciar cómo las diferencias entre los parámetros expuestos dan lugar a vinos con distinta personalidad. Nos decía Jose que elaboraciones con maceración pre-fermentativa en frío, uvas enteras con raspón, pisado con pies de la uva para no utilizar bombas y crianza de 14 meses sobre lías, son notas que definen la máxima expresión del terruño, del viñedo y de sus vinos.
El calor apretaba y ya era momento de regresar a la bodega. En ella, que forma parte de la casa familiar -verdadero museo-, vimos la parte más antigua picada a mano que data del siglo XVII, en la que en su día se elaboraban los vinos en enormes tinajas de barro. Numerosos aperos de labranza aquí y allá daban vida a numerosos rincones de la casa.
En la sala de fermentación hay varios depósitos de aluminio dispuestos con control de temperatura, efectuando una maceración pre-fermentativa en frio, seguida de una maceración de 15 días. La sala de barricas es correcta y de tamaño en consonancia con el resto. En ella se efectúa una fermentación maloláctica natural, con una crianza sobre lías, envejeciendo el vino, posteriormente, durante siete u ocho meses en barricas de roble francés nuevas y también de segundo uso.
Hacia las 14.00 horas degustamos, en la sala de cata instalada en un edificio anexo, junto al almacén, algunos de sus vinos como Jiménez Landi 2005. Se trata de un vino tinto con crianza, elaborado con variedades syrah, merlot, tempranillo y cabernet sauvignon, que presentaba un intenso color rojo cereza, co notas de fruta roja bastante madura, presentando en boca unos taninos muy amables, de buena profundidad y un largo final. También tuvimos la ocasión de catar Piélago 2007, expresión de la garnacha vieja de algunas parcelas.
El tiempo apremiaba, teníamos que comer y proseguir camino. Jiménez Landi, como pudimos comprobar, nos propone vinos florales, frutales, suaves y sedosos, que expresen, sobre todo, la variedad de la uva y del terruño. No cabe duda, lo han conseguido.